Yo me considero un débil pajarillo cubierto solamente de un ligero plumón. No soy un águila, sólo tengo de ella los ojos y el corazón, porque a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar fijamente al Sol divino, al Sol del amor, y mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila…
El pajarillo quisiera volar hacia ese brillante Sol que embelesa sus ojos: quisiera imitar a las águilas, sus hermanas, a las que ve elevarse hasta el foco divino de la Trinidad Santa…¡Ay! Lo más que puede hacer es alzar sus alitas, pero en cuanto a volar, no está en su débil poder.
¿Qué será de él? ¿Morirá de pena al verse tan impotente?… ¡Oh, no! El pajarillo ni siquiera se afligirá. Con audaz abandono quiere seguir mirando fijamente al divino Sol. Nada sería capaz de atemorizarle, ni el viento ni la lluvia. Y si oscuras nubes llegan a ocultarle el Astro del Amor, el pajarillo no se mueve, no cambia de lugar; sabe que más allá de las nubes su Sol sigue brillando, que su resplandor no podría eclipsarse ni un solo instante.
A veces, es verdad, el pajarillo se ver asaltado por la tempestad; le parece creer que no existe otra cosa más que las nubes que le envuelven. Entonces llega la hora de la alegría perfecta para el pobrecito y débil ser. ¡¡ Qué dicha para él permanecer allí, no obstante, y seguir mirando fijamente la luz invisible que se oculta a su fe!!
Jesús, hasta aquí comprendo tu amor por el pajarillo, puesto que no se aleja de ti…
Pero yo lo sé, y tú también lo sabes; muchas veces, la imperfecta criaturilla, aún permaneciendo en su sitio, bajo los rayos del Sol, se deja distraer un poco de su única ocupación, toma un granito de aquí y allá, corre tras un gusanillo… Luego, encontrando un charquito de agua, moja en él sus plumas apenas formadas. Ve una flor que le gusta, y su diminuto espíritu se entretiene con la flor… En fin, no pudiendo alear como las águilas, el pobre pajarillo vuelve a ocuparse una y otra vez de las bagatelas de la tierra. Sin embargo, después de todas sus travesuras, en lugar de ir a esconderse a un rincón para llorar su miseria y morir de arrepentimiento, el pajarillo se vuelve hacia su amado Sol, presenta a sus rayos bienhechores sus alitas, gime como la golondrina…
¡Oh, Jesús, déjame que te diga, en el exceso de mi gratitud, déjame que te diga que ti amor llega hasta la locura!…¿Cómo quieres que ante esta locura mi corazón no se lance hacia ti? ¿Cómo habría de tener límites mi confianza?…¡Ah! Sé que por ti los santos hicieron también locuras, realizaron grandes cosas, porque eran águilas…
Jesús, yo soy demasiado pequeña para hacer grandes cosas…, y mi locura consiste en esperar que tu amor me acepte como víctima…Mi locura consiste en suplicar a las águilas, mis hermanas, que me obtengan la gracia de volar hacia el Sol del Amor con las propias alas de la Águila divina…
¡Oh, Jesús! ¡Que no pueda yo revelar a todas las almas pequeñas cuán inefable es tu condescendencia!… Siento que si, por un imposible, encontrases un alma más débil, más pequeña que la mía, te complacerías de colmarla de favores mayores todavía, con tald e que ella se abandonara con eterna confianza a tu misericordia infinita.
Pero ¿ por qué estos deseos de comunicar tus secretos de Amor, oh, Jesús? ¿No fuiste únicamente Tú el que me los enseñó a mi? ¿ Y no puedes acaso revelárselo a los demás?…
Si, estoy segura de ello, y te conjuro a que lo hagas. Te suplico que abajes tu mirada divina hacia un gran número de almas pequeñas…¡ Te suplico que escojas una legión de pequeñas víctimas dignas de tu Amor!
La pequeñísima sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz
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